—Despierta, Adelia—. La
voz es calmada pero inflexible, no tiene ningún matiz, ningún acento, la voz no
parece tener rostro ni personalidad, solo es una voz que pide una sola cosa.
Que despierte.
Pero Adelia no quiero
despertar, no pienso hacerlo, prefiero permanecer en la nada y no despertar
jamás.
¿Para qué diablos? Mi familia
está rota, la escuela es un asco, mi mejor amiga está muerta y mi hermano
gemelo se ha interpuesto entre la muerte y yo, no es que la nada sea mucho
consuelo, o al menos lo era, hasta que la fastidiosa voz le ha dado por
aparecer. No es mucho pedir que me dejen donde sea que es este lugar y no sentir nada de lo que sé puede hacerme enloquecer.
Hoy soy una composición de pompas de jabón y papel mojado,
que no se aleja de esta línea divisoria entre el cielo y el suelo, un leve
viento puede desintegrar todo lo que me conforma, y dispersar por todas partes
aquellas pequeñas moléculas que aun me pertenecen., pero yo no le pertenezco a
nadie y aquel nexo que debería mantenerme en un estado que algunos consideran acéptale,
no es más que un montón de hilos sueltos que nadie atrapa y con los cuales me
asfixio como un deporte de resistencia mientras observo desde mi rincón a la
prole de una tierra que no hace más que abrirse las entrañas día a día y dejar
entrar a aquellos que le roban la vida para dañarla por fuera.
Me he roto en mil pedazos tantas veces, que los fragmentos
cortan mis desde mientras intento armarme nuevamente, he tocado piel bajo la
cual fluye mi esencia, destrozado sueños sin piedad alguna. Tengo tanta rabia
dentro de mí, es como veneno, temo tener el demonio dentro mientras sueño y cuando
despierto me aterro no sentir la repulsa que se supone conlleva el poseer una conciencia
humana.
Cada día que pasa dejo mi humanidad frágil atrás y me
pregunto si la necesitaré algún día, me preguntan por ella y pienso que he
dejado los restrojos de una sensibilidad que me hace débil, no lo sé y no sé
quien sí lo sepa, ahora mismo no me importa nada, ni mi propia persona de
vivencias vacías y recuerdas grises.
Y me pregunto cuando algo volverá a importarme, i algún día
lo ara ahora que nada parece salir bien.
Cuando no era más que un pequeño pensamiento en una mente alejada
que no me deseaba, que pensaba en mí como una posibilidad de un futuro lejano,
nací, sin querer, gritando al mundo una renuencia temprana y empecinándome en
ver la luz, llegué.
Fui fruto de crueldad y mentiras y desdeñé el seno que intentaba darme a
comer los sueños desechos de una maternidad desgraciada, crecí entre un mundo y
otro y supe sin saber en realidad como; que había perdido algo de mí.
Aún hoy puedo sentir esa presencia silente y persistente como un ente que
no me toca pero me roza, no me empuja pero me induce, por momentos le temo.
He probado frutos sin madurar de fuentes sin crecer, apresando aves antes
de dejar el nido y me he dado cuenta con cierta sorpresa repulsiva que aún los
añoro, a él le gusta, demasiado, escuchar los lamentos entrecortados de
yacimientos donde los deseos son solo cuentos.
Cuando caminé por primera vez sobre el mundo lo hice de la mano de quien no
manaba el motor que impulsa la maquinaria por momentos cansada y trémula de una
jaula en que se convertido mi cuerpo, barrotes, mis limitaciones humanas que mi
mente fantasiosa aprendió a dejar a la deriva cuando las primeras letras sin
sentido tomaron significado frente a las ventanas que no cierran por dentro.
Ahora, sin venir a cuento, no soy más que un peón de un mundo que gira
porque nadie le empuja y una sociedad amoral que se autodestruye, de cínicos y
hipócritas, de payasos y aduladores, donde habito como un ser ajeno a este por
carecer de todas las condiciones anteriores y tener más defecto de sinceridad
cruel e una mente intrínseca que sueño, llora y respira porque aún está viva.